Opinión
Zenon Biagosch
Para LA NACION
Sábado 09 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa
El comportamiento de muchos argentinos evoca al de aquellos personajes del “Show de los Muppets” que, desde el palco del teatro, se dedicaban a criticar con dureza a quienes ocupaban el escenario.
Esa postura se exacerbó en la crisis de 2001, cuando la consigna “que se vayan todos” expresaba el rechazo hacia la llamada clase política. Hoy aquella actitud inconducente dejó de ser masiva, pero aún hay quienes mantienen opiniones críticas hacia nuestra dirigencia.
Muchas de esas personas que en la crisis coreaban “que se vayan todos” son renuentes a dedicar tiempo y esfuerzo al servicio del bien común y no se involucran ni participan en organizaciones políticas, sociales y económicas.
Es cierto que los sistemas de organización política, económica y social vigentes entre nosotros no estimulan la participación activa y protagónica del común de las personas y tampoco facilitan su acceso al plano de la toma de decisiones.
Pero ante esas trabas, cabe evocar que eran tan argentinos como nosotros José de San Martín y quienes lo acompañaron en el cruce de los Andes o Manuel Belgrano y quienes lo siguieron en el éxodo jujeño, ejemplos que indican que superar dificultades -por grandes que ellas fueren- formó parte de nuestro carácter y cultura nacionales desde los orígenes de nuestra Patria.
Es poco habitual que lo bueno se alcance sin esfuerzo y ante los obstáculos a la participación y el acceso a posiciones de conducción en la función pública, viene a la memoria una frase del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918 que auguraba que “el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo”.
Conflicto institucional
Ejercer esa “prepotencia de trabajo” -única forma admisible de la prepotencia- es también un modo por el cual dejemos de ser meros habitantes para pasar a ser ciudadanos plenos de nuestra patria.
En 1983 y 1984 hubo entre nosotros un intenso apogeo de esa participación ciudadana en el marco de la primavera democratizadora, cargada de fuertes y masivas esperanzas y pasadas casi tres décadas aquellas esperanzas no se concretaron.
Aún hay entre nosotros mucha pobreza e inseguridad, prevalecen las divisiones sobre la unión de los argentinos en un destino común, es débil en la cultura social la noción de que la convivencia requiere del orden con justicia y que ser esclavos de la ley es el modo de ser libres.
Pero esa realidad no invalida que llevamos 27 años de vida democrática ininterrumpida y clausuramos el ciclo recurrente de inestabilidad institucional que signó la mayor parte de nuestra historia en el siglo XX, lo que es un bien trascendente que supimos conseguir y debemos preservar.
Contrasta con ese logro el grave conflicto institucional provocado por la forma de aplicación de los Decretos de Necesidad y Urgencia números 2010/09 y 18/10 generadores de un clima social amenazante, que recrea en vastos segmentos de la opinión pública el ánimo del “que se vayan todos” que padecimos en 2001.
Se impone superar esos conflictos innecesarios para que los argentinos podamos vivir una mejor democracia, pasando a ser actores y no meros espectadores de la realidad política, económica y social.