Autor: Lic. Zenón A. Biagosch, director de la Escuela de Negocios de la Pontificia Universidad Católica de Argentina (UCA).
El beato Juan Pablo II señaló con verdad en su encíclica Centesimus Annus que, en esta nueva época de la sociedad del conocimiento y la globalización que viene sustituyendo a la sociedad industrial compartimentada, la fuerza productiva que pasó a ser decisiva es precisamente la capacidad de conocimiento del hombre, que forma parte del capital humano y ya no tanto los factores productivos derivados del capital físico y del capital financiero.
Siendo la empresa la forma predominante que adopta la organización solidaria del hombre en la producción de bienes y servicios destinados a intuir y satisfacer las necesidades de los demás, la prosperidad de las naciones y los pueblos pasó a ser directamente proporcional a la cantidad de empresas que, en su trabajo organizado, se apoyen en la fuerza productiva decisiva que es la capacidad de conocimiento del hombre, expresada en las destrezas empíricas y las innovaciones científicas y técnicas, aplicadas en forma creativa y eficiente a la creación de riqueza.
Vale agregar que toda empresa -sea pequeña, mediana o grande y se ocupe de la producción de bienes o de servicios- es uno de los modos en los que las personas organizan sus relaciones para vivir en comunidad y, por ende, su esencia reside en las personas que la integran y en el modo en que se vinculan entre sí y con otras personas (clientes, proveedores, etc.), más que en componentes no personales (capital, tecnologías e instrumentos, métodos y sistemas, etc.) por lo cual ser empresario, antes de tener un significado profesional, tiene un significado humano.
Dada esa nueva realidad, como lo indicó Benedicto XVI en su mensaje a la Jornada Mundial de la Paz de 2009, “actualmente, el verdadero proyecto a medio y largo plazo es invertir en la formación de las personas y en desarrollar, de manera integrada, una cultura de la iniciativa”.
En esta perspectiva, desde la Escuela de Negocios de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) y a través de nuestros programas educativos dirigidos a formar personas con las aptitudes necesarias para concebir, diseñar y administrar negocios y empresas; queremos aportar a un proceso de desarrollo sustentable, integral e integrador de nuestra comunidad nacional.
Promovemos un desarrollo sustentable en el tiempo, ya que buscamos formar personas cuyas empresas y negocios no se limiten a maximizar el monto y la rapidez de sus beneficios, sino que también atiendan a prolongar la vida empresaria y los negocios más allá del presente inmediato y también impulsamos un desarrollo sustentable en el espacio, induciendo a quienes realizan esas empresas y negocios a que eviten causar daño ambiental o, si se produce, repararlo.
Impulsamos un desarrollo integral en la medida en que nuestros programas de formación teórica y empírica, estimulan, amplían y consolidan en las personas sus múltiples y diversas potencialidades en lo intelectual, lo emocional y lo moral.
También buscamos aportar a un desarrollo integrador, en tanto creemos necesario y posible incorporar a ese proceso a la mayoría de quienes son hoy marginados o excluidos.
En la perspectiva de avanzar en ese proceso de desarrollo, la experiencia argentina de los últimos siete años -en los que hubo un crecimiento acumulado del Producto Bruto Interno (PBI) de un 70% sin que se hayan alcanzado indicadores equivalentes en términos de sustentabilidad, integralidad e integración en el desarrollo- permite constatar que el crecimiento económico es una condición necesaria pero no suficiente para alcanzar un desarrollo sustentable de toda la persona y de todas las personas.
A la vez, los efectos deletéreos de la crisis global que estalló en septiembre de 2008 con la caída de la banca de inversión Lehman Brothers y que aún el mundo no superó demostraron que, aunque la búsqueda del beneficio hace a la supervivencia y a la naturaleza misma de la empresa, el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el capital humana centrado en la persona en su integridad, pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social.
Esa experiencia crítica impulsó una corriente que puso en cuestión la responsabilidad moral ante el riesgo y reflexionar acerca de la ética y la cultura en el mundo de los negocios y las empresas, tratando de entender que lleva a que personas buenas o decentes hagan cosas malas.
Esa corriente incluyó, entre otros, a estudiantes de la Harvard Business School quienes decidieron crear un juramento que adoptó más de la mitad de la promoción 2009, que se comprometió a actuar con ética y a “esforzarse a generar una prosperidad económica, social y ambientalmente sustentable”.
En esa misma perspectiva, es un signo alentador que cada vez más empresarios asuman que el primer objetivo de su actividad es promover la innovación para producir y gestionar a costos competitivos y así crear nuevas riquezas para toda la comunidad, sin exagerar en la búsqueda de rápidos beneficios. Crece también el número de quienes tienden a dejar de considerar aceptable la rentabilidad obtenida sustrayendo riquezas a las generaciones presentes y futuras, al alterar el equilibrio ecológico y destruir recursos no renovables.
Esa reorientación de la economía, de los negocios y de las finanzas -en tanto ciencias, técnicas y praxis cotidianas- da cuenta de que la racionalidad ética y la racionalidad económica, para muchos, dejan de estar separadas por una divergencia irreversible y se percibe la posibilidad de su convergencia.
Como parte de esa corriente, en la Escuela de Negocios de la UCA creemos posible y necesario mejorar la calidad del capital humano a través de programas que ayuden a formar buenos hombres de negocios y dirigentes de empresas, capaces de tomar decisiones que equilibren y armonicen el interés individual con el bien común, que sean conscientes de sus deberes, honestos, competentes e imbuidos de un sentido de lo social que evite que el amor a la riqueza ciegue en ellos la riqueza del amor.