DIARIO PERFIL
EL ECONOMISTA DE LA SEMANA
Por Zenon A. Biagosch // UCA
21/10/11 – 11:15
A través de la llamada “fuga de capitales”, hace muchos años que miles de millones de dólares de ahorros de residentes en nuestro país son colocados fuera del sistema financiero local, sea en inversiones inmobiliarias o productivas, en títulos o acciones, en cuentas de diverso tipo en entidades financieras en el exterior o, lisa y llanamente, en billetes que guardan en cajas de seguridad o bajo el colchón.
Se trata de una tendencia estructural que hace varias décadas debilita la posibilidad de desarrollo de nuestra economía, al privarla de la inversión de ese ahorro en la financiación de emprendimientos productivos locales. Ya en el año 1991 el Ministerio de Economía estimaba en el orden de US$ 49 mil millones las inversiones declaradas de residentes argentinos en el exterior, monto que en 2001 se había elevado a US$ 96 mil millones.
Esa tendencia muchas veces es agravada por cuestiones de coyuntura, producto de situaciones exógenas o endógenas. Tal la experiencia vivida desde el año 2007 hasta el segundo trimestre de 2011 inclusive, cuando el monto neto acumulado de formación de activos externos del sector privado no financiero llegó a US$ 67.304 millones y a US$ 75.682 millones si se lo calcula desde 2003, registrándose saldos positivos sólo en el segundo y tercer trimestres del año 2005.
Vale consignar que el deterioro en dichos flujos registrado en este último tiempo es acompañado, al compás de la crisis financiera internacional, por muchos países emergentes donde también se acentuó la salida de capitales que buscan refugio fuera de sus economías, en especial mediante la compra masiva de títulos del Tesoro estadounidense, pese a la casi nula tasa de interés que pagan esos treasures.
Cabría preguntarse qué lleva a esos inversores a buscar refugio en ese tipo de activos. Seguramente la respuesta se encuentre más en la credibilidad del funcionamiento de las instituciones de países como los EE.UU. que en las propias ventajas inherentes del activo financiero. Algo tan simple como la confianza.
Ahora bien, es importante poner en una adecuada perspectiva temporal y espacial la cuestión de la “fuga de capitales” que se registra en la Argentina, asumiendo que se trata de un fenómeno estructural, muchas veces agravado por cuestiones de coyuntura, reiteradas entre nosotros desde hace muchos años.
Por ser una tendencia estructural de larga data y con hondas raíces culturales que trascienden cualquier gestión gubernamental, no parece que baste para revertirla la sola aplicación de las herramientas tradicionales de política monetaria y cambiaria, que por cierto se deben utilizar, sean éstas de signo liberalizador o “monetarista” o de control estatal o “estructuralista”.
Antes bien, para que una porción significativa del ahorro local que compone esa “fuga de capitales” se sume al 23% del PBI –que es el nivel actual de inversión en nuestra economía–, la principal condición necesaria sería restaurar la confianza de los argentinos en la seguridad y ganancia que puede ofrecer la economía real de la Argentina a quienes inviertan en ella. Muchos episodios ocurridos en los últimos veinte años de nuestra historia económico-financiera, tales como inmovilización y confiscación de depósitos (1989 y 2001), hiperinflación (1989 y 1990), megadevaluaciones (1989,1990,1991 y 2002) y cesación de pagos, “corralitos” y “corralones” mediante (2001), conspiran contra dicho objetivo.
Esa restauración de la confianza requiere encarar una batalla cultural que permita elevar la calidad y cantidad del capital humano (organización, trabajo y creatividad empresaria) que, en la actual sociedad del conocimiento y la globalización, pasó a ser el factor productivo decisivo y una fuente de riqueza más importante que el capital financiero y el capital físico (recursos naturales, maquinarias y equipos).
Un ejemplo de esa relación jerárquica lo da la frase que algunos atribuyen al Premio Nobel de Economía Paul Samuelson (1970) y otros al también Nobel Simon Kuznets (1971): “Es tan difícil explicar por qué Japón es rico como entender por qué la Argentina es pobre”, siendo que los recursos de capital físico de la Argentina son muy superiores a los de Japón, pero no así quizá su capital humano.
En esa perspectiva desde la Escuela de Negocios de la UCA, nos proponemos aportar a la restauración de esa confianza dando especial atención a la educación ética para formar buenos hombres de negocios y dirigentes de empresas, capaces de tomar decisiones que tiendan al equilibrio y la armonía entre el interés individual y el bien común, conscientes de sus deberes, honestos, competentes e imbuidos de un sentido de lo social que evite que los ciegue el amor a la riqueza.
En tal sentido, un ejemplo histórico a tener en cuenta lo ofrece Alemania, que en 1945 emergió de la II Guerra Mundial con gran parte de su capital físico destruido, carente de recursos financieros propios y que, con el limitado aporte brindado por Estados Unidos a través del llamado Plan Marshall, en apenas 15 años llegó a ser la segunda economía del mundo.
Ese extraordinario proceso de reconstrucción y desarrollo fue posible porque los bombardeos aliados habían destruido las instalaciones y maquinarias, pero no mataron a todos los obreros, técnicos, profesionales y directivos que eran su capital humano. Fue así como en la segunda mitad del siglo XX se produjo ese “milagro alemán”, basado en una adecuada organización comunitaria e institucional y en el trabajo esforzado y constante de todo un pueblo.
Si somos capaces de inspirarnos en ese ejemplo y recuperamos la confianza de los argentinos en la Argentina –lo que equivale a volver a confiar en nosotros mismos–, muchos de los recursos de nuestro capital financiero que hoy se fugan podrían destinarse a aprovechar nuestros recursos de capital físico y a elevar nuestra dotación de capital humano.
Siguiendo el camino de reconstruir nuestra organización comunitaria e institucional e invertir esfuerzo y dinero durante el tiempo que sea necesario, en esta primera mitad del siglo XXI podríamos protagonizar el “milagro argentino”.